viernes, enero 25, 2008

¡Un respeto, coño!

Es 21 de Diciembre de 1983, hacia las 23:30 de la noche. Mi madre, que me había enviado a la cama hace rato -por aquel entonces los niños de 6 años se acostaban a horas decentes- desiste ante mis constantes llamadas para preguntarle cómo sigue el partido y me deja levantarme y terminar de ver el mítico final del España - Malta. Parecía increíble que fuera posible, por mucha diferencia de calidad que hubiera nadie creía que el milagro fuera posible, al menos nadie lo creyó hasta el sexto gol.

Han pasado casi 25 años desde aquel entonces y a día de hoy -y a toro pasado, que es como resulta facil hacer de analista-, muchos son los que dicen que fue una gesta sin importancia; que los malteses se dejaron masacrar sin plantar batalla (pese a que nos calzaron un gol) y que hubo suculentos maletines que facilitaron la transacción. Todo eso puede que fuera cierto, sin embargo no deja de ser más cierto aún que, a día de hoy, nuestra selección española de fútbol sería incapaz de repetir la historia; sencillamente porque salvo honrosas excepciones sus jugadores no corren lo suficiente en un partido como para marcar 12 goles.

¿Qué nos ha pasado? Y hablo en primera persona porque me refiero al país, la selección de fútbol de un país dice mucho de su sociedad y de la mentalidad de la misma. Antaño la selección española era sinónimo de garra, de furia, de fuerza y bravío, adjetivos que han adornado a nuestro país desde tiempo inmemorial; nunca fuimos los mejores técnicamente, ni éramos "favoritos" para las eurocopas ni mundiales, sin embargo todos y cada uno de los partidos de la selección nos hacían vibrar; los jugadores se dejaban la piel en el campo y peleaban hasta el último balón, nunca estaba lo suficientemente lejos, nunca quedaba demasiado poco tiempo, nunca la ventaja era insalvable.


Para publicitar el mundial de USA 94 un anuncio sobre la selección española mostraba una puerta de toriles de la que, al compás de un speaker que anunciaba el nombre de cada jugador, un mihura lanzado a la carga aparecía (lamentablemente no he encontrado ningún video de dicho anuncio, cosas de la época pre-youtube). Recuerdo lo aplaudido y emocionante de aquel anuncio. Si se hiciera a día de hoy provocaría risas, ironía y, probablemente, contrariadas voces tachándolo de retrógrado, fascista e inhumano pues así las gastamos con la publicidad últimamente en este país de lameculos más pendiente de reabrir heridas y mantener distancias que de lamerse los golpes y hermanar concordias.

Curiosamente la idea de identificar a nuestros jugadores de fútbol con uno de los animales más poderosos y bravos de la naturaleza provoca risa a dia de hoy, pero por el contrario la prensa deportiva no para de encajarnos como virtuales ganadores de todas y cada una de las competiciones a las que acudimos -dios mediante hayamos logrado clasificarnos para jugarla, que cada día lo llevamos peor en ese paso. Claro que nadie se lo cree, pero no por ello dejan de bombardearnos con la idea hasta el punto de que las mentes débiles (que se reproducen por esporas en la vieja piel de toro) se lo acaban creyendo; y ojo que lo preocupante no es que nos creamos que vamos a ganar la copa de europa de fútbol, lo peligroso es creerse que nuestra economía puede ganar la champions league con la que se nos viene encima.


¿Tanto hemos cambiado en 14 años (ok, la primera foto es más antigua, pero a que se nota ya la diferencia)? ¿Hemos pasado en tan poco tiempo de ser una sociedad que se identifica por un grupo de gente que planta cara a rivales muy superiores a base de coraje a ser una sociedad que prefiere confiar en una exageración evidentemente manipulada de sus propias posibilidades?




Nos guste o no los espectáculos y deportes que paralizan un país son un fiel reflejo de su sociedad. España, pese a tener un nutrido grupo de deportistas de élite en muchas disciplinas sigue quedándose embobada frente al televisor mirando a un grupo de becerros -por contraposición a los mihuras de hace años, no porque sean cabestros que de seguro alguno lo será- que cobran tanto dinero en sus clubes que no sienten la necesidad de correr -ni de exponerse a una lesión- en un partido de la selección, donde hay algo más que sucio dinero en juego.

Y es bien triste, porque cuando hoy día se ve jugar a la selección de baloncesto uno recupera aquel vibrante sentimiento de antaño, ve a unos muchachos que se desloman y se dejan la sangre en cada jugada, hasta el límite de conseguir proezas importantes (como es dejar por debajo de 50 puntos a su rival en la final de un mundial) porque éstos, al contrario que los mihuras de hace años, sí tienen calidad suficiente para estar entre los primera línea del mundo. Esperemos que la emigración a las tierras americanas y su paso por la NBA los refuerce como personas y como jugadores, y que el dinero no los corrompa haciendo que la camiseta rojigualda deje de ser su inspiración, porque a día de hoy ellos inspiran a mucha gente; a mucha gente a quienes no engañan los periódicos que leen, a quienes saben que la verdad se obtiene buscando y observando lo que te rodea, a quienes no se conforman con un resultado aunque sea favorable.

Un respeto a la selección, coño, pero a la de baloncesto, un respeto por los deportistas de élite que se dejan la piel en cada entrenamiento y en cada partido. Y a ver si las estrellitas de la selección de fútbol (honrosas excepciones aparte, claro está) aprenden que este país no es de finos estilistas que beben licor de pijota en vaso alto de cristal y conducen coches de lujo; este país es de obreros con las manos llenas de callos, de gente sin estudios pero con agallas, un país de sangre corriendo por venas que a menudo la vierten de pura vergüenza; y a ver si se les contagia un poco de esa vergüenza y en el próximo partido que jueguen se esfuerzan un poco.

¡Un respeto, coño!